Del Templo del Perpetuo Socorro y mis tiempos

De suyo, en los tiempos idos, el terreno era una laguna y, más que eso, ahí había un manantial no muy abundante, pero mantenía vivo el espejo… Recuerden que de aquí se drenó, en cierto tiempo de la colonia, agua para la huerta de los carmelitas.

Un poquito más al norte, estuvo la capilla original de los Redentorista en SLP, una construcción de poca altura, sofocante en verano y, la verdad, un tanto olorosa a humanidad.

Por allí pasamos muchos a las rituales misas, a los irracionales “viernes primero” y esas cosas a las que los niños son llevados sin explicación y por obligación pero criados en libertad y con el temor a Dios, bendita contradicción, batman…

En la época de la capilla, el lugar de la actual iglesia estaba poblado por casas habitación, que los curas, con su proverbial paciencia, tiempo y presión a las limosnas, que ayudaban o ayudan a la salvación del alma (recuerden La Reforma), fueron adquiriendo por medio de prestanombres y otros subterfugios. Así era entonces.

La construcción fue espectacular; la profundidad de los cimientos en tierra arcillosa y con veneros aún vivos, la cantidad y lo grueso de las varillas con que hicieron el “armado” de cimientos y columnas que sostienen a la construcción, todo ello, nos llamaba mucho la atención.

Las chicas de la Escuela o Colegio “Juan de Dios Pesa”, aún darán testimonio de ello; me refiero a las de la época. Debe haberse construido en la década de los cincuenta del siglo pasado, lo cierto es que en 1958 1959, aún estaba en construcción.

Cerca de ahí había pozos someros con los que se regaban los jardines, para esa época el agua del acuífero somero ya estaba contaminada. Pes los pozos se secaron hacia el oriente, avanzando por la calles del General Mariano Arista rumbo al pasaje y luego a calle de Hidalgo.

Los árboles que había en esta zona, básicamente entre la calle de Tomasa Esteves y del General Félix Uresti Gómez, decayeron sensiblemente; las jacarandas, que en esa calle eran varias, perdieron su esplendor primaveral de tiempos previos. Esto fue muy claro en los años de 58 y 59 y los por venir de entonces, luego de que vaciaron los cimientos y las bases de la columnas (arcos inclinados, ventanas y nervaduras) del sur oriente de la edificación.

Ya para entonces mi razón, buena o mala, me marcaba la distancia del dogma con la realidad y la falta de consistencia entre la predica y la prédica, tanto se daba en feligreses como en predicadores; algo no funcionaba, el cinismo, la hipocresía y la doble moral, cada día se me presentaban con creciente claridad y ellos hacían crecientes esfuerzos por no permitirme ver. Ello me llevó a ir perdiendo interés en el avance de la construcción; como todo, todo podía ir sin mí y, yo, casi sin ello

 

 

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