De las insómnicas disertaciones

En el insomnio que me mantenía flotando en el lleno espacio de la nada, decidí construir algo grande, útil, definitorio; trabajando en ello, devanábame las neuronas intentando construir un tejido capaz de resistir la cotidianeidad de la vida, una estructura que pudiera distinguir sencillamente, el ser, del no ser; el bien, del mal; los malos, de los buenos; los Caines, de los Abeles; los políticos, de los de buena fe… los líderes caídos…

En teoría, la criba era factible, habría para ello que distinguir o establecer con precisión, todas y cada una de las características que califican o revelan a cada uno de esto tipos de comportamiento… me sentía a punto de construir la “tipología” que permitiría tratar solo a los buenos y excluir a los malos, con la simple operación de aplicar los criterios. (Y de quedarse solo…)

Crearía así, dos mundos, el del bien y del mal, pero aparte de que esto ya me sonaba un tanto conocido, más aún, viejo, luido, trillado, antiguo; me saltaba el criterio perturbador del perdón, cuyo efecto llevaría a los malos al grupo de los buenos, y trasladaría a los buenos, al lado de los malos; ello, como reacción a la injusticia y diferenciación de trato que representa el perdón…

En una prueba clásica, sencilla de entender y muy propia de todos los tiempos: mientras algunos pagamos puntual y totalmente nuestros impuestos y contribuciones… más de uno, muchos, dejan de hacerlo; pasa el tiempo y a la vuelta de algunos años, llegan los políticos y para tener más que administrar y quizá, solo quizá, más de donde embolsarse, les perdonan su pecado, les quitan intereses y recargos y les rebajan el treinta por ciento de la antigua deuda originaria…

Pero, ¿a quién se le ocurrió hablar de que el perdón borra y te regresa a la blancura…?, ¡cómo comercial de jabón detergente…!

Pero había que ir más lejos… al origen… ¿Qué es la culpa…?, de ella, necesariamente, se desprende el perdón, el que corrige el error y vuelve las cosas a su estado originario… ¡Qué bello…!, que bello, si eso, en el fondo, fuese realmente verdad… pero el daño queda, el efecto que provoca el mal, persiste, la reparación, casi siempre es más que imposible… lo más leve… “calumnia, que algo queda…”; “te perdono, pero nunca olvidare…”

En la cultura mediterránea, religiosa, monoteísta, comunitaria, patriarcal, de mayorazgo, y de la que somos herederos o simplemente, depositarios por circunstancias, circunstancias más localizacionales que genéticas, ahí, el sentido de la culpa es fundamental, tanto, que es inherente a la vida misma. Dice Friedrich Nietzsche, que la culpa es el resultado, socioantropológicamente hablando, de la “represión e interiorización” efectos implícitos e inexcluibles del proceso civilizatorio.

Al nacer estamos sucios, sucios del pecado que por allá, alguien imaginado, cometió con lo que seguramente era un gran atractivo hormonal; pero es un gran invento represor de los más ruines y malévolos políticos de aquellas épocas; seguramente los chicos del Senedrin… (Congreso).

Por otro lado de la carta, el pecado, la culpa, solo se lava con el perdón, y el perdón, es una “concesión” magnánima, no merecido, ni de respuesta automática.

Si “yo” veo en ti arrepentimiento y seguridad de lealtad, porque no volverás a ofenderme, entonces, “yo” te puedo conceder el perdón y decirte: “…levántate y anda, tus pecados te son perdonados, ve y no peques más”; pero si “yo” no veo en ti “contrición”, verdadero “arrepentimiento y propósito de enmienda”, te condeno, por consecuencia, al “fuego eterno de mi padre”, a la muerte, al destierro, a la cárcel, a se azotado y…

El perdón pues, es tan subjetivo como el ánimo y circunstancia de quien puede concederlo: El Dios de los Judíos y sus postizos derivados; el Jefe Tribal; el Sumo Sacerdote y su jerarquía; el Príncipe; el Monarca; o, simplemente “el jefe”; por ello es que la autoridad es delegada de Dios a los hombres por medio de un “Noble” en quien se deposita la “autoridad divina…” Ello lo justifica… y la religión, la iglesia, lo atestigua y refrenda… (vaya para dúo dinámico…)

En democracia se llama Presidente, Primer Ministro, Congreso, Gobernador, Procurador o Fiscal, Agente del Ministerio Público… jueces y más… El orden se mantiene con la divina autoridad delegada, con capacidad de culpar y de perdonar, al contentillo. El Rey es Rey porque Dios lo eligió y depositó en él su confianza…La Constitución es la ley derivada de Dios “Vox populi, vox Dei”…

En esto me devanaba yo las neuronas, buscando una red que cribara culpa y borrara el perdón y, de pronto, me percaté que ya todo estaba dicho, que lo recordaba por leído, enseñado o deducido; me percaté que desperdiciaba mi insomnio y, arropándome, di media vuelta y quedé dormido… a fin de cuentas, todo seguiría igual…

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