De los tiempos de entonces

Tarcicio Jaume Martínez Tutu, hace ya algunos años, llevado por Don Fausto Izar Cahrre, visité la famosa gruta del  ángel, pero, entonces, la entrada era algo diferente, no tenía mucho de haber sido “descubierta”,  la conservaban cerrada, con celo, para que no la maltrataran.

Aquí recuerdo a la esposa de Don Fausto, distinguida, sobria y, muy buena cocinera.

Había que ir en camioneta alta, por malos caminos, cruzando rancherías y caseríos donde los niños salían a correr al lado del vehículo, deseando que se les diera alguna moneda, o algo de comer, que ellos suponían que se llevaba en los vehículos. Otro simplemente corrían, festejaban el paso de un vehículo, cosa no frecuente.

Don Fausto era un estimado líder agrario, que tenía un comercio en Rioverde; claro su comercio estaba relacionado con los productos que requería y que producía el campo, pero era un hombre bueno y servicial. Era de los que sentía el placer de saber que su ayuda había resultado eficaz.

En mi mente no encuentro el nombre del comisariado ejidal de la época, era quien custodiaba las llaves del candado que mantenía segura la reja de entrada a la gruta. La guardaban celosamente porque tenían en mente que podría ser un atractivo turístico que les llevarían visitas y gasto en comidas, bebidas y quizá alguna artesanía o conserva propia de los frutos del lugar.

Entonces se comunicaban por la radio, las estaciones comunes de AM, y alguien que tenía un pequeño equipo de sonido, con un alta voz arriba de un poste, que no sabía para donde caerse, propalaba los mensajes enviados, mensajes de la más variada materia “que Don Lencho murió anoche y lo velan en su ranchería; Juanita que dice Antonio que el domingo viene por ti para ir al mercado, que no te salgas… que lo esperes; que María, la hija de María, la del rancho del sabino, ya alumbró a una niña, que se llamará María; que los miembros que pertenecen a la junta están citados para verse el día…; que los animales enfermos y más…

El Licenciado Puente, (el ojos), no me dejará mentir; había que entrar arrastrándose por un bastante estrecho túnel que, además, no era recto. Parecía una guarida de coyote o quizá lo fue. El pasaje no era realmente de gran longitud, pero ciertamente no era corto, quizá de tres a cinco metros y, a más de las curvas, subía y bajaba de nivel con respecto al horizonte.

Claro recuerdo en una vuelta, dónde era más fácil avanzar girándose de manera tal que la cabeza quedaba hacia arriba, el techo del túnel estaba realmente lleno de “arañas patonas”, las que, a la luz de mi lámpara de carburo, subían y bajaban en un rítmico movimiento; no les tengo miedo a las arañas, pero créanme que impactaban, no tengo idea de cuantas eran, pero creo eran todas…

El impacto de la gruta, iluminada con lámparas sordas de diferentes potencias, mostraban la majestuosidad del labrado del tiempo, las aguas y las sales calcáreas, diluidas y vueltas a endurecer…por siglos y siglos –qué frágiles somos-; nada que ver con el tamaño de Cacahuamilpa, que parece aún no ha sido totalmente explorada, gigante, altísima, pero no tan de “pastillaje fino” como la de Rioverde.

Me alegró ver la fotografía, no sé cuántos años pasaron para que el ejido, con nombre de algún santo, que tampoco recuerdo, lograra su “sueño”. En aquel entonces únicamente les hicimos su camino de mano de obra, no era mucho pero el estado era grande y con incuantificables necesidades.

Deben haber sido los tiernos años de 1978-1979. Tiernos, porque no había retos, había acciones a realizar, tareas que acometer, se necesitaba priorizar y luchar contra los caciques de todos los tamaños, rurales y urbanos y, también con las oligarquías que, en los pueblos, no se manejaban elegantemente, suelen o solían ser, directas, un tanto brutales.

Bueno, no me puedo quejar, cuales más, cuáles menos, todos los días han sido buenos, buenos para vivir, buenos para gozar, buenos para aprender y aprehender y también para entristecer y lamentar; de no haber sido así, hubiese sido muy aburrido…

 

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