De cavilaciones dispersas…

No quise ver la hora, no me gusta hacerlo… el insomnio se sufre, se soporta o se emplea; yo intento lo último, aunque no siempre lo logro. La madrugada era fría, y aunque ya junio corre, había una muy densa neblina que hacia ir de un lado a otro las luces centinelas nocturnas, generando una luminosidad suficiente para apreciar lo cercano.

Vi al hermoso y, más que ello, solidario gato, que en veces se me parece perro; bueno, los fieles perros ahí andaban siguiendo alguna pista de los olores que los cautivan, como buenos Beagle, siempre siguiendo rastros, a veces, acompañándolos de voces que alarman o que asustan.

Ahí estaba la eufemísticamente llamada “mesita de noche”, o “de luz” o “velador” y también “bureau” o “buró”; este último, no lo sé, pero quizá adquirido durante la invasión francesa o tercer imperio, como más se acomode a sus tendencias políticas.

Y, esta adquisición, que también pudo venir de España, porque el Sr. Napoleón, Pepe Botellas, también por allá anduvo, me parece toda una transferencia defectuosa porque, según los diccionarios, el significado es “cómoda” o más precisamente “mesa de trabajo” o “escritorio”, por lo que también se entiende como oficina, o grupo colegiado que dirige o administra, y que dirige o administra, lo que usted guste…

Pues esa mesilla me sitúa en mis realidades integrales. Paso a paso se ha ido poblando, en no pocos años, de goteros, pastillas, cápsulas… instrumentos, respiradores, que ya nunca se retiran, como cuando era niño, o joven…

Siempre permanecen, se aumentan; molestan el barniz del mueble, de la “mesita”, porque el descuido, la artritis o el deseo de atemperar el dolor o, el desasosiego, propicia que se derrame, que se tire un poco, que algún a gota se escape y, los químicos son los químicos, unos afectan, otros fortalecen, pero de los dos te son recetados…

Ya parece que la pobre no puede con tanto; que se va a romper… reflexiono y afirmo, que los árboles, la madera en que los convertimos, es algo noble, notable, acariciable…Unos dan colores y estructuras de crecimiento, venas, de lo más espectacular, armónico, aunque no homogéneo, es bello, y no solo es su vista y color, es también, en casi todos, quien más, quien menos, el olor…

El cedro rojo es espectacular, el sándalo es adormecedor, el pino es entre incienso y aguarrás… y no hablemos de textura o de dureza, resistencia a la humedad, a plagas y al tiempo mismo, hay de unos y otros; pero todos bellos y generosos…

El viento arrecia a soplar, la niebla no mengua, los aguacates aprisionan al aire y lo hacen expresarse para que lo dejen transitar en libertad; los pinos hacen llegar en la corriente, su espectacular olor de madrugada, en húmedo y silencioso frío. Los grandes y espectaculares oyameles, junto con viejos y frondosos encinos también están presentes, también juegan con el aire que Othón vio, darse de besos con los médanos.

Ahí están los carrizos, barrera impenetrable, las frágiles enredaderas, que por la mañana, ya no mostrarán flores… los fálicos alcatraces, quizá aparecerán tronchados, sacrificados en la plenitud de su belleza y… el gallo, el gallo arriba de su pedestal, que lo transforma en veleta y, que un día me regalo gentilmente el buen Leos Peña, él continúa, como siempre, viendo hacia dónde va el viento…

“A dónde vas Vicente…” A más de ello sé, que si amanece, habrá pájaros cantores, carpinteros que consumen las viejas arboledas, volarán las golondrinas y, las ardillas, robarán como siempre… como siempre…

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