El 68 y los Cabos.

Gran desconcierto causó a muchos las primitivas reacciones que mostraron grupos numerosos que saquearon los almacenes comerciales tan pronto el fenómeno meteorológico se los permitió.

 

No podían alegar hambre y sed por falta de disponibilidad de víveres, el tiempo transcurrido no era suficiente para ello; nadie le negó la compra o disposición de artículos de primera necesidad; simplemente, en una “organización informal y repentina”, de manera tumultuaria, se llevaron todo lo que no era suyo y ahí se encontraba.

 

El 1968 en la Ciudad de México, fue muy diferente… ese yo lo viví y sufrí en “carne propia”, en la de mis colaboradores, entre la población y algunos dirigentes; ésta, la de Los Cabos (el sur de la península), la “vi” en directo o. como dijeran hace algunos años: “en directo y a todo color”

 

Cuál es la diferencia para tener respuestas tan diversas…

 

Pues en la Ciudad de México, la destrucción fue focalizada, el norte y el sur, el oriente y el poniente, sufrieron, pero estaban de pie, la destrucción fue relativa; fueron la Colonia Roma, la hoy famosa Condesa, la Doctores y sus alrededores, la vieja cuenca del perdido lago, donde se sufrió seriamente por la vida, los bienes, el hambre y la sed.

 

La mayoría estaba de pie y funcionando entre el aún no digerido trauma y la necesidad de continuar la vida; al lado, la muerte y destrucción llamó a los salvos a favor de los desvalidos y muertos;  una inmensa mayoría se volcó a favor de mejorar la triste condición de los menos.

 

En Los cabos todos perdieron… la devastación fue “total”, todos resultaron directa y psicológicamente afectados…

 

La Ciudad de México tiene una larga vida… pueblos, barrios y colonias con sentido de pertenencia y orgullo de venir de atrás, algunos desde antes de 1521… otros están donde llegaron sus muy viejos antecesores, donde su gente fundó el asentamiento, tuvo familia y dejó descendencia… donde construyo, amó y sirvió, en aras de vivir mejor y heredar condiciones más propicias…

 

Los cabos es población nueva, es inestable, el cambio es continuo e inmediato, el turismo llega y pronto, tres o cinco días, se va… no regresa… vienen otros, sin liga ni arraigo, ven, gozan los colores y los sabores, a veces, los amores, y… se van, para que lleguen otros distintos, de otro origen.

 

Los del lugar, están relegados, pescadores y campesinos de sobrevivencia, que fueron definitivamente desplazados por “el progreso”, no los absorbieron… los echaron, desecharon, y ahora sus descendientes se integran lentamente, a falta de poder continuar su vida de siempre… la de sus padres, la con sentido de pertenencia e integralidad.

 

Los que permanecen son los menos, casi todos, la inmensa mayoría, recién llegados, arribaron de partes dispersas, de muchos lados y por causas similares, quizá, una fundamental: sobrevivir el día a día con la mayor holgura posible, aunque falte dignidad y se desconozca el honor y el respeto. Esto es lo único que los identifica y que los une… no hay ley… soportan el orden, pero abusan del momento… roban, estafan, timan… no hay misericordia ni tregua… tú te hundes… yo me salvo.

 

Actos desesperados en la desacertada búsqueda de la equidad o, del “hoy, me emparejo, mañana, ya se verá…” así y si más, porque así son todos los días, desde que se nació y, todo parece, serán hasta la muerte.

 

Cortas y, evidentemente, incompletas y dispersas lucubraciones sobre los hechos que estamos viviendo y, volteemos a nuestro alrededor… ahí está la miseria, la falta de arraigo, el desarraigo y la destrucción de la dignidad y del orgullo… ahí está la miseria y… no la vemos… tampoco recordamos a Morelos…